Hace unos pocos días se publicó en el diario “La Tercera” un artículo que registró un hecho dramático. Durante el mes de marzo, y por primera vez en su historia, se aplicó a los alumnos de primer año de la Universidad de Chile, una prueba que medía Competencias Discursivas de Comprensión y Escritura (CODICE). El resultado de dicha evaluación arrojó un dato alarmante: el 84% de los evaluados obtuvo un nivel insuficiente de comprensión lectora. Esto quiere decir, que apenas pueden comprender e identificar información en textos expositivos y argumentativos. El desglose de ese 84% arroja que el 45% obtuvo sólo un nivel básico de desempeño, en tanto el 39% restante estuvo por debajo de ese nivel.
EA simple vista estas cifras son alarmantes, pues demuestran la paupérrima formación primaria y secundaria de aquellos más de 4.000 alumnos evaluados. Pero el asunto se torna más complejo a la hora de contextualizar e identificar quienes fueron medidos. En primer lugar, los que ingresan a la Universidad de Chile se incorporan, si no a la primera, a una de las mejores universidades del país. Para poder postular a esta Institución se requiere como mínimo 600 puntos en la Prueba de Selección Universitaria (PSU). Recordemos que el mínimo para postular a alguna Institución de Educación Superior en Chile es de 450 puntos, y el máximo puntaje que se puede obtener en las diversas pruebas de selección es un poco superior a los 800 puntos. Quienes obtienen sobre 600 puntos son alumnos destacados en el mediocre medio educacional chileno. Como dato anexo cabe indicar que la mayoría (en torno al 80%) de los estudiantes que entraron este año a estudiar alguna carrera de Pedagogía en las universidades chilenas se matricularon con promedios inferiores a los 600 puntos. En el caso de la Universidad de Chile el promedio de puntaje de ingreso para este año osciló entre los 660 y 670 puntos. Es decir, estamos hablando de alumnos de elite en nuestro medio nacional.
En cuanto a la procedencia de los estudiantes evaluados, un 30% proviene de colegios municipales, un 36% de establecimientos subvencionados y un 34% de particulares pagados. Lo que refleja una mesa educacional de tres patas, donde todas cojean parejito. No se puede culpar a la mala formación otorgada por los establecimientos municipales, en un extremo, respecto a los particulares, en otro.
Pero ojo, todos cumplieron bien lo que se les pedía: colocar a sus alumnos en la Universidad, a través de un buen puntaje. Éxito, lo lograron, felicitaciones!!! Lo malo es que cuando se sincera el aprendizaje logrado por aquellos alumnos, con pruebas como la reseñada, se demuestran las falencias; en especial, una triste y compleja para la sociedad: no comprenden lo que leen. Seguramente, todavía en los colegios de origen siguen descorchando champaña por su triunfo y el cumplimiento de las metas impuestas. Las estadísticas avalan ese éxito, que se traduce en matrículas altas y mensualidades más caras tanto en colegios como en preuniversitarios. Una vez más, las estadísticas o lo que algunos se ufanan en presentar como “datos duros” no bastan para explicar lo ocurrido.
¿Esto es nuevo? Para la Universidad de Chile sí; pero para el país no. Sólo un botón de muestra.
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